Hace mucho, existió Orfeo, un joven muy apuesto y de gran bondad, pero también, de gran habilidad musical, gracias a la fabulosa música que brindaba con su lira y maravillaba a todo ser humano que la escuche. Se dice, que tan grande era su talento, que dioses y mortales se conmovían hasta las lágrimas cuando escuchaban su música. Las criaturas más fieras, se volvía las más dóciles cuando su música llegaba a sus oídos.
Orfeo llevaba una vida sin preocupaciones y con aventureras. Incluso se había ofrecido a acompañar a los Argonautas en su travesía para encontrar el vellocino de oro. Pese a muchos peligros, salvó la expedición cuando las sirenas comenzaron su canto embrujado que intentaban confundir a los marineros para así, hacer que se arrojen al mar, y perezcan siendo devorados por esos seres.
Se dice que Orfeo usó sabiamente su talento, ya que cuando las sirenas comenzaron a cantar, él hizo lo propio junto con su lira. Su música fue más deslumbrante que el canto, el de ellas, y logró apagar su sonido. Tras esa expedición, Orfeo conoce a Eurídice, quien era una ninfa muy hermosa. Se rumoreaba que Orfeo, al ver la figura reflejada de la chica en el agua, de inmediato sintió que se moría de amor por ella. Tras cantos, música y palabras, ambos se correspondieron y poco tiempo después, se casaron.
Ambos enamorados vivían muy felices en su palacio, pero Eurídice no olvidaba que era una ninfa. Por eso no podía dejar de ir a los bosques para estar en medio de la naturaleza, que le era muy acogedor. Cierta tarde, de camino al bosque, vio a un cazador persiguiendo a un cervatillo. Ella ayudó a escapar al animalito, pero solo logró desatar la ira del cazador. Este, aprovechando la ocasión, dijo a la ninfa perdonar su falta, si ella le daba un beso. Eurídice, obviamente molesta, lo rechazó y huyó. Lamentablemente, mientras corría, pisó la cabeza de una serpiente que estaba dormida y esta la mordió. La ninfa murió en el acto. Orfeo, al notar que no llegaba su esposa, se encaminó al bosque por donde ella solía recurrir, pero su sorpresa fue colosal, al encontrar a su esposa muerta que, de inmediato, cayó en desesperación.
Decidido en recuperar a su mujer, se encaminó al inframundo para rescatarla acompañado de su lira y de su hermoso canto. Cuando llegó, encontró a Caronte, el barquero, y el guardián de la entrada del inframundo, Can Cervero, y convenciendo a ambos le ayuden, ellos lo condujeran hasta Perséfone, la reina del infierno. Ella oyó la conmovedora música de Orfeo, y por fin, logró acceder a que se lleve a su amada nuevamente a la vida. Sin embargo, le puso una condición. Durante el trayecto, Orfeo debía ir adelante y Eurídice detrás. No podía volverse para mirarla hasta que la luz del Sol no los cubriera por completo, fuera del inframundo. Orfeo aceptó, y así, empezaron su camino de regreso.
El camino era largo, y Orfeo tenía gran inquietud, tampoco confiaba en la palabra de Perséfone, ya que, al no poder ver a su amada de regreso, creía que estaba solo regresando o, fuera otro ser quien lo siga. A poco de llegar a la salida, en una gruta, Orfeo no pudo contener las ganas de ver a su amada, y volteó a mirar. Poco faltaba para que Eurídice sea totalmente cubierta por el sol, pero por solamente un pie que no llegó a ser cubierto por el sol, la ninfa desapareció ante sus ojos y quedó muerta para siempre.
Orfeo nuevamente se derrumbó entrando en gran lamento y pena por haber dudado. En su lamentar, plasmaba una música que hacía llorar a los dioses. Las Bacantes (mujeres griegas adoradoras del dios Baco) se aparecieron ante él intentando enamorarlo, pero Orfeo no cedió a sus intentos. Ellas, ofendidas, lo aniquilaron y esparcieron sus restos por todas partes.
Se dice que gracias a esto, Orfeo y Eurídice volvieron a reunirse en el inframundo, donde, por fin, estarían juntos para siempre.
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