Según cuentan, Francisco era un hombre tras varios días de fiesta, regresaba por fin a casa para un merecido descanso.
En medio del camino y mientras estaba sobre su burro, sacó su acordeón y empezó a tocar varias melodías de su gusto. Sin embargo, de pronto escuchó otro sonido similar a un acordeón que intentaba competir con el suyo.
Él buscaba el origen de dicho sonido, pero no tardó mucho en darse cuenta que era el Diablo que estaba sentado sobre la rama de un árbol y así, hacía música. En ese momento, se oscureció todo y sólo brillaban los ojos del demonio. Francisco consternado, se armó de valor y se puso a tocar su acordeón una melodía agradable que hizo aparecer la luz nuevamente y las estrellas del cielo. Él era Hombre de fe y pidió a Dios que lo ayude.
Ante tan agradable música y la fuerte fe de Francisco, el Diablo se debilitó y escapó hacia las montañas donde desapareció. Desde ese entonces, en aquella región aparecieron cuatros grandes males:
La fiebre amarilla; las niguas, la buba, y los indios que atacaban a los aldeanos. Cada uno de estos males hizo surgir un nuevo tipo de música: El merengue, el son, la puya y el paseo.